sábado, 5 de mayo de 2012

Sin pruebas (1º Parte)



Oscura calle donde paseaba el sereno con un candil, acompañado de un médico, un inspector y del guardia que siempre hacía las rondas nocturnas con él. Se dirigían estos hasta el final del callejón hasta la primera prueba; salpicaduras de sangre encontradas en el suelo que indicaban donde empezó la pelea. Al llegar, el médico comprobó que tipo de sangre era y concluyó que era humana, poco se podía saca de allí, ya se había coagulado, que en esto también saco otra conclusión. La pelea tuvo lugar hace aproximadamente una media hora.
Mientras el médico hablaba y el guardia apuntaba en una libreta lo que este decía, el inspector giró la cabeza al notar una presencia detrás de ella, como si una sombra lo estuviera espiando. Como la única luz que había allí era la del candil decidieron apagarla. Como al sereno le daba miedo la oscuridad aprovechó para hablar; él era un hombre con una lengua incansable pues le daba más tranquilidad si en esos silenciosos y tensos momentos oyera, por lo menos, su voz. Así que comenzó a hablar, y habló, charló, dialogó sin callar ni un solo instante. Sin luz, a oscuras, los ojos del inspector se adaptaban a la oscuridad para saber si había algo por allí cerca o solo era una sensación sin importancia, mientras el médico y el guardia escuchaban las anécdotas del sereno, que tenía para dar y tomar. Decidieron salir del callejón en busca de más pistas, la sangre solo no decía nada más que lo que dijo el médico: "Esta sangre es humana". Para el inspector y para un juzgado, esa sangre puede ser de cualquier otro y no de la víctima del caso. Cerca de donde comenzaba el callejón encontraron un mendigo tirado en el suelo cerca de la pared. Era un hombre de tez morena. Por su aspecto poco aseado, su barba dejada con alguna cana que otra, y las arrugas de su cara aparentaba tener 55 años pero, en mi opinión, tendría aproximadamente 37. Este hombre tendido en el suelo estaba tapado con una manta hasta la altura del pecho y con la boca abierta, tal vez, congestionado por el frío de la noche tuviera la necesidad de tener la boca abierta para respirar pero se extrañaron cuando estaba muy quieto, no se movía ni un pelo. Como el guardia tendría que pasar por el cuartel dentro de poco para fichar que habría acabado su jornada por hoy, decidió llevárselo al cuartel donde estaría mejor y tendría un techo donde refugiarse. Al destaparlo encontramos a la 2ª pista: la víctima. El médico dictaminó que recientemente lo habían matado, no más de una hora. Encendieron el candil para ver los detalles de la escena del crimen y descubrieron pisadas de donde habían estado antes, pero estas huellas eran de sangre, seguramente la del mendigo. El asesino debía de calzar unas botas del 43, y según quiso especificar el inspector, debían de ser unas botas de cuero, de la marca STR, como las que tenía en su casa. Este cadáver contenía muchas pruebas si no llega a ser que al encender la cerilla del candil saltó una chispa y ardió entero, incinerándolo de forma veloz y destruyendo casi todas las pruebas. Al acabar macabra hoguera descubrieron que detrás del mendigo habían bastantes botellas de licor, unas estaban vacías y las otras rotas, por tanto, dedujo el inspector, que el cuerpo estaba lleno de alcohol tanto por dentro como por fuera, pues el asesino, después de matarlo decidió mojarlo entero, seguramente para que cometiéramos el error de quemarlo, error que fue cometido. Esta vez, el asesino los conocía a ellos y no al revés, y eso era peligroso pues sus vidas corrían peligro, aunque, por lo que pudo razonar el inspector, el único que no tendría esa desgracia era el sereno, un hombre que nunca ha tenido maldad y que el pueblo entero lo conocía y lo quería. Ya solo quedaban en el suelo cenizas y huesos, pruebas que nos conducirían hacía nuestro asesino, pero no las pudimos recoger porque, para nuestra mala suerte, ese era un barrio tan antiguo que todavía no había cañerías para el suministro de agua y sus necesidades las lanzaban por la ventana, como lo hizo una señora gritando; "¡Aguas van!", cayendo el meado encima del pobre calcinado, limpiado y eliminando las pruebas que quedaban. El inspector se maldecía por dentro al tener la tan mala suerte de que una vez tenida las pruebas enseguida hayan sido eliminadas Al quedarse sin ninguna pista que seguir el sereno se fue a acabar su ruta, el guardia a fichar al cuartel y el médico y el inspector se quedaron un rato más allí, junto al esqueleto, sacando alguna que otra conclusión y alguna que otra anécdota como la del río Júcar, pero eso es otra historia. Al final decidieron ir al bar a tomar algo y a cotillear un rato para ver si alguien supiera algo del mendigo del callejón. Al llegar a donde estaba el bar (foto), desde fuera se oía un gran jaleo. Abrieron la puerta y vieron que se estaba produciendo una pelea donde había sillas rotas, hombres sangrando y mesas volcadas, aparte de un cuchillo que fue justo a clavarse en la puerta, al lado de la cabeza del inspector. Este lo sacó de la madera y encontró sangre en el puñal, sangre que el médico específico que era humana con un pequeño microscopio que llevaba en el bolsillo.

El asesino debería de estar dentro del bar y sería esta la oportunidad perfecta para capturarlo, si es que habría alguna oportunidad de pasar por en medio del bar con toda la pelea. El inspector solo pudo quedarse con varias caras y con una persona que no pudo adivinar quién era, salió por la puerta trasera, vestía una capa negra, un pantalón negro y una camisa negra, un pañuelo negro en la cara al estilo bandolero que le tapaba medio rostro y una botas negras de la marca STR, sin duda debería de ser él pero había algo en él que le resultaba familiar al inspector, algo que le identificaba, pero ¿el qué?


1 comentario:

  1. Nereo, sóc Pepe la història esta molt be per a ser els primers desde el meu punt de vista està molt be.

    ResponderEliminar